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sábado, 10 de julio de 2010

blumen strasse 88

mi ángel de la guarda no tenía alas, sino ruedas. y casi parecía un centauro, ahí pegado a su bicicleta herrumbrosa, su cuerpo desgarbado pedaleando al unísono y su pelo enmarañado, confuso, escaso y blanco de científico loco bailando con el aire y su mal humor. su mal humor de cascarrabias. un mal humor de sesentaymuchos años con el que empezaba a discutir a solas por la calle. la primera vez que reparé en él también fue la única en la que pude intercambiar algunas palabras. te encuentras bien chico, me dijo mientras me ayudaba a levantarme del suelo después de que un coche estuviera a punto de atropellarme. en medio del barullo que se montó por el accidente se esfumó como si alguien hubiera vuelto a frotar la lámpara maravillosa para que el genio regresara a su caverna de deseos. me olvidé rápido de él, a pesar de su aspecto singular, durante los tres meses que estuve encerrado con la pierna enyesada, agotando los libros que cogían polvo en casa y llenando de imaginación mi cabeza. creo que nunca he leído tanto como entonces. el ruido taquigráfico del ventilador y las discusiones de los vecinos de arriba se convirtieron en la melodía de fondo de aquel verano caluroso en el que nos quedamos sin vacaciones por la operación de fran. tenían que transplantarle un pulmón, así que el 4º d en el número 10 de la calle enladrillada era lo más parecido a un hospital de campaña, decía mamá con guasa, empeñada en atenuar la inquietud de aquellos días. cuando salió fran del hospital ya me había deshecho de la escayola, aunque guardé un trozo con las dedicatorias de algunos amigos, ya casi emborronadas con el paso del tiempo. en los primeros días de otoño, cuando los cielos volvían a amanecer grises como los de manchester, volví a tropezarme con mi ángel de la guarda. camino de la universidad, se cruzó por mi acera como una aparición, perdiéndose luego en el vientre de la muchedumbre con la misma ligereza. tardé algo en recordarle, más tarde, tomando apuntes en clase de filmología. y desde entonces, como salido de una máquina del tiempo programada aleatoriamente, ha venido apareciéndose en los rincones más insospechados de la ciudad, a las horas más inverosímiles, sin decir nada, simplemente dejándose ver como un suspiro, unos segundos apenas, agarrado al manillar de su bici y maldiciendo, trazando perpendiculares en mi ruta o direcciones opuestas. cuidando mis espaldas, terminé por pensar cuando estas casualidades se convirtieron en estampas de mi rutina. ahora ya no tomo apuntes en la universidad y mi ángel de la guarda sigue siendo puntual, a su manera, aunque lo veo más envejecido. ayer estuve a punto de seguirle, buscar un encuentro fortuito y unas palabras amables, pero al final me detuve. pensé que si lo conocía no podría escribir este relato.


javier m.

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