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lunes, 26 de julio de 2010

Orinando en la ranura

Un extraño e indefinido sosiego recorre mi cuerpo mientras orino estas palabras. Necesidad fisiológica de primer orden, juego de consolación infinito, descubrimiento presencial de la apertura de todos los episodios amnésicos que he soportado a lo largo y ancho de mi vida. Siento cómo mi vejiga se vacía lentamente y cómo mi cerebro logra apresar caricias de galaxias remotas. Me invade la intensa sensación de haber despejado un puñado esencial de incógnitas -aunque sólo sea por un instante, aunque el signo de interrogación permanezca en el mismo lugar de siempre, tan profundo e insondable, aunque lo esencial sea el puñado y no las incógnitas, aunque mi propio lenguaje me tienda trampas-, realmente ahora poseo esa sensación.
Capucho y descapucho mi glande suavemente -dejando que se escurran las últimas gotas- mientras me detengo a observar sin aparente esfuerzo la extraordinaria flexibilidad de mi prepucio y el tono de flor exótica que adquiere la piel de mi escéptico y laxo miembro viril al contacto con la huesuda delicadeza de mis enérgicas manos. Respiro aliviado y acepto por fin un difuso trauma provocado por mil supuestas picaduras de avispa a lo largo y ancho de mi exageradamente dilatada infancia. Inevitable salpicar la taza del retrete. La limpio con papel de sueño higiénico. Me subo la bragueta y sonrío mientras se apodera de mi -como un rayo tierno- una idea que toma forma de súbito en dos palabras: ciencia infusa. Dos palabras que unidas así me proporcionan una calma inesperada.
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Felipe B.

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