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jueves, 16 de septiembre de 2010

potsdamer platz 77

su nick era von schiller. no pensé que fuera de verdad alemana, todo el mundo elige máscaras en internet con las que sueña en el mundo real, pero lo cierto es que las resonancias poéticas del nombre me llevaron hasta ella. cada noche se ponía puntualmente a las once delante de su webcam con un camisón celeste y todo un territorio por conquistar con el deseo alrededor de su piel lechosa regada con lunares. cuando nuestras citas fueron privadas aparecía en braguitas y empezaba siempre la conversación bromeando sobre sus pechos pequeños, coronados con unos pezones sonrosados que me volvían loco cuando se ponía a jugar con ellos. el tiempo hizo que fuera memorizando cada parte de su cuerpo hasta en sus más vulgares detalles, ordenando cada uno de sus gestos, llegando incluso a medir la violencia de sus orgasmos. pero nunca pude reconstruir del todo su rostro, la única parte del cuerpo que no compartíamos el uno con el otro pegados a la pantalla de nuestros portátiles. en mi retrato robot la imaginaba con ojos verdes y pómulos pronunciados, labios finos y una naricilla de persona inquieta a juego con su cuello delgado. y una mirada turbadora como el cruce de sus piernas. siempre nos masturbábamos una o dos veces cada noche y en los intermedios dejábamos retazos sobre nuestras rutinas, separadas por tres mil kilómetros de distancia, escribiendo torpemente en inglés notas sobre esta soledad que nos empujaba a abrirnos con un extraño. una de aquellas noches dijo que sólo tenía ganas de hablar, de escribir un poco para desahogarse. había muerto su abuelo. tenía 94 años. con él pasó su infancia y la adolescencia en leipzig cuando sus padres se desentendieron de ella, él por el alcohol, ella porque logró escapar de la república democrática alemana y subirse a un avión con destino a estados unidos. frederick fue capitán de zeppelin cuando estos colosos llenaban de fantasías futuristas los cielos de berlín. también la imaginación de von schiller, realizadora de cine, me comentó una vez en un descuido por el messenger. aquella noche no paramos de hablar, de escribir, hasta que nos sorprendió la mañana y el despertador de casa apuntando hacia la puerta para ir otro miércoles al museo arqueológico, donde trabajaba de nueve a dos. el día me pareció eterno, no sólo por el sueño, sino por las ansias de volver a estar con ella y confundir mi deseo y sus palabras con esa sensación de vacío que embargaba la habitación y su silencio de ermitaño, tan insoportable cuando nadie me esperaba a tres mil kilómetros de distancia.


javier m.

4 comentarios:

Aura dijo...

Waaaaaaaaaaaaaaaaaau...
Bravo.
Bravo.

unbeso, Javi.

ariadna dijo...

"escribiendo torpemente en inglés notas sobre esta soledad que nos empujaba a abrirnos con un extraño" y esas 4 últimas líneas rebeladas.

ariadna dijo...

bea

Anónimo dijo...

Magnífico Javier.

Jose Zambrano.