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sábado, 14 de agosto de 2010

lettes strasse 20

siempre que veíamos a dámaso coger un papel del chaleco interior, un poco de tabaco de su saquito y desencajaba la boquilla que tenía en la azotea de la oreja izquierda, así, con parsimonia meditada, sabíamos que iba a contar una historia de las suyas. a veces podía llevarse todo el tiempo con el pitillo colgando de los labios, masticándolo con las comisuras, sin encender, mientras las palabras se le escapaban como un embudo y la mirada se le volvía poso de café. decía que las historias lo buscaban, que él no tenía imaginación, ni letras, para inventarse nada, aunque algunas eran difíciles de creer, o de pensar, sin que hubiera intervenido la fantasía de dámaso, repartida también en su tiendesita de comestibles, 'viandas y etcétera'. allí nos quedábamos apretujados entre barriles de cerveza, cajas de cartón que convertíamos en banquitos y un cofre grande y antiguo que le daba aire de desván al garito y que dámaso reutilizaba como estafeta de libros. también había un hueco para sopena, el chucho de inés, que parecía disfrutar tanto con las historias como nosotros, sobre todo cuando dámaso le dejaba caer algunas sobras de su estofado de la semana. su mirada lastimosa le recordaba a un perro que recogió moribundo en la carretera, cuando apenas llevaba unos meses al volante. dámaso se había llevado la mitad de la vida en su camión transportando todo tipo de mercancías de aquí allá, por eso conocía tantos sitios y tantas historias, y por eso había tanta música en sus palabras. y por eso me gustaba imaginarme que cada uno de nosotros interpretaba en su interior esa partitura con un instrumento diferente, una viola, una flauta travesera, una tuba, un trombón en las manos de diego. un accidente condujo a dámaso hacia 'viandas y etcétera', donde llevaba la otra mitad de su vida. volvía a casa después de un largo viaje al norte cargado con todo tipo de repuestos mecánicos. era verano, mediodía de un martes anodino de circulación inerte. dámaso disfrutaba desde su cabina, a dos metros de altura del asfalto, del paisaje seco de girasoles y campos ocres en barbecho. sin tiempo para reaccionar, tras una curva, un coche que estaba adelantando se estampó contra su camión a 140 kilómetros por hora. una madre y su hijo de doce años. nada que hacer. y la fotografía de dámaso sentado en la cuneta, los brazos sosteniendo la cabeza y los pensamientos de culpa. aquel fue su último viaje en el scania. a las pocas semanas cogió sus ahorros y se vino al barrio. y entonces empezó a llenar de historias su tiendesita cuando nos veía merodear su mostrador por unos flanes y algunos sobres de estampas de fútbol. cuando los flanes costaban un duro y una historia de dámaso.

javier m.

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