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domingo, 29 de agosto de 2010

fröbel strasse 39

antes de la crisis juan trabajaba en una imprenta. llegaba a casa con sabor a fotocopia y a veces con algunos libros defectuosos que leía a medianoche con luz de flexo. subrayaba muchas palabras, incluso párrafos enteros a lápiz que esperaba retener algún día en la memoria, flaca como su lista de la compra. cuando cerró el taller calculó que tendría para seis meses con los ahorros que le quedaban, aunque pronto encontró un nuevo trabajo. la navidad amenazaba, era finales de noviembre y no dudó en solicitar el puesto de cartero real para unos almacenes familiares de juguetería. fue el mismo dueño de osorno quien le hizo la entrevista. ¿cómo andas de paciencia?, le preguntó mientras probaba un pequeño robot que hacía ruidos galácticos. la paga no era buena, pero suficiente para ir tirando. el disfraz del cartero real del año pasado le venía algo grande, pero le encantaba el sombrero de robin hood que venía con el conjunto. y estar cerca de los niños. aunque en realidad, de donde estaba más cerca, era de aquellas ilusiones garabateadas de forma irregular, como una lista de la compra, que los niños recitaban casi de memoria con la seriedad de un ministro y la timidez de una moneda lanzada al aire. después de leer la carta a los reyes magos la echaban en el buzón que estaba al lado de juan, uno de esos de correos repartidos por cualquier calle, pero pintado de colores, con líneas azules y rojas como muelles. cada noche, cuando cerraban los almacenes, había que vaciarlo y guardar todas las cartas en bolsas de plástico. al cabo de una semana, cuando las bolsas acumuladas rebosaban el trastero de la planta baja, el dueño de osorno le dijo a juan que las tirara a un contenedor de reciclaje cuando terminara el turno. ¿cómo, todas las ilusiones?, preguntó automáticamente, como un muelle, juan. todas, asintió el dueño de osorno. ¿cómo, todas las ilusiones?, volvió a preguntar juan al sábado siguiente, y al otro, uno más, y el último, cuando vencía su contrato de cartero real para los almacenes osorno, un día antes de la cabalgata de reyes. ¿no le importa que devuelva la ropa la semana próxima, para entregarlo limpio?, le dijo al dueño cuando se despedía, una mano en el bolsillo del pantalón, la otra sosteniendo en un paquete, bajo el brazo, el traje real. al día siguiente juan se puso de nuevo el disfraz, se embadurnó la cara de negro y llevaba dos grandes bolsas de caramelos cuando aprovechó el pequeño caos que se forma a la salida de los reyes magos para introducirse en el cortejo de los beduinos, cantando y saltando como los demás, aliviando a manos llenas sus alforjas. también sonriendo por dentro. ilusionado cuando algunos de los niños descubrían en el envoltorio de sus caramelos una carta para los reyes y un sello de tinta roja estampado con el acuse de recibido.


javier m.

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