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lunes, 28 de junio de 2010

schöneberger strasse 11

nuria estaba haciéndose un colacao en la cocina. en verano siempre se hacía un colacao con leche fría antes de dormir. me pidió que le guardara el sillón de papá para ver la peli. yo prefería el lado derecho del sofá, justo enfrente de la televisión, pero pocas veces conseguía que emilio me lo dejara. su dictadura de hermano mayor era implacable. me hice un ovillo en el izquierdo, junto a clara, que le daba igual un sitio u otro. después de la primera hora solía quedarse dormida y esperábamos a los anuncios para llevarla a su cama. hoy me tocó a mí, cuando los japoneses estaban a punto de bombardear pearl harbour. montgomery cliff hacía de ex boxeador en la marina y le robaba todo el protagonismo a sinatra y burt lancaster, también a la abuela, que llevaba un rato pidiendo un vaso de agua desde la mecedora de la salita. era su refugio. mamá dejó que colocara allí todos sus cachivaches y franquear la puerta no era solo darte de bruces con el retrato del abuelo y su gesto congelado del siglo pasado, era como abordar otra época justo al otro lado del tabique donde compartía litera con emilio. hacía más de quince años que murió el abuelo, pero ella seguía vistiendo de riguroso luto, con su cabello color nieve recogido en un moño perfecto. nunca conseguí verla con el pelo suelto. seguía siendo tan presumida como al casarse a los diecisiete años. y mi cuello lo sabía, porque se quedaba con su aroma a alhucema cada vez que le daba dos besos por la mañana, levantada desde mucho antes del amanecer, cargada con otro café negro, en taza, como a ella le gustaba. la abuela nunca veía la tele. las imágenes se movían demasiado rápido para ella, decía, y le daba dolor de cabeza, y ya tenía suficiente con los quejidos de las articulaciones y de los huesos y de los recuerdos que te asaltan como forajidos cada noche, aclaraba. su vista cansada sólo la quería para hacer remiendos. se entusiasmaba al coser un parche a uno de mis pantalones rasgados o al ajustar un traje de nuria que heredaba clara. aún la veo mecerse apenas en la salita, una prenda entre manos, la mirada abstraída y su transistor al lado, junto a la foto del abuelo, escuchando uno de esos programas de radio en los que la gente llamaba por teléfono para dar su opinión. eso le divertía. y vernos a todos juntos ahí pegados a la televisión, la luz apagada, clara dormida en mi regazo, las imágenes despedidas a su antojo iluminando el salón y montgomery cliff repartiendo puñetazos contra ese pasado que se nos queda atado a los tobillos como grilletes.

javier m.

1 comentario:

Aura dijo...

Adoro el olor de la alhucema.
Mi abuelo también olía así.

Gracias y GRACIAS, Javi.



PD: Me encanta que la abuela tome el café en taza.