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jueves, 24 de junio de 2010

bessel strasse 28

elisa trabajaba en la comisaría del distrito oeste. era el último eslabón burocrático para conseguir el dni. se encargaba de untar tu índice de tinta y marcar su huella en un par de documentos después de unas horas en un vestíbulo con ambientador de nicotina y murmullos que se apagaban como tirados por escaleras abajo. tenía unas manos tan suaves que me recordaron al aroma que dejan los polvos de talco que se les echa a los bebés. cuando cogió las mías sentí que estaba descubriendo la parte más sensible de mi cuerpo. sus labios eran secos, como su verbo, pero cuando acarició en un parpadeo mis manos huesudas y pecosas pareció esbozar una leve sonrisa, como si adivinara algo de mi personalidad por el solo tacto con mi piel, con ese pedazo de piel con el que describimos el deseo y agarramos un cuerpo desnudo para que no nos deje solos. “así que vives en la calle malasmañanas número 3”, aseveró sin apartar la mirada del ordenador, haciendo arpegios en el teclado con sus dedos de funcionaria. “¿con qué ánimo se despierta uno viviendo en malasmañanas?”, apostilló sin variar el tono de voz, regresando la leve sonrisa, pero sin dejar de rellenar huecos vacíos en la pantalla. al volver de madrid fue el primer piso que vi. no tenía mala pinta y estaba cerca del trabajo, así que no lo pensé mucho y le dejé la fianza de dos meses a una casera con sobredosis de testosterona que llevaría años secuestrada bajo la capa de un camisón de punto y unas babuchas difíciles de encontrar en cualquier zapatería del barrio. al cabo de una semanas se presentó con los rulos del pelo en la cabeza, un billete de veinte euros y una quinceañera agarrada de la mano. “¿puede llevármela a la estación para que coja el autobús del pueblo? tengo que irme al hospital”. antes de contestar ya había desaparecido la casera del descansillo y la niña se había encajado en el sofá con una lata de cerveza, de las de 50 céntimos la unidad que guardaba para las visitas. vestía ropa de bebé, ceñida a su cuerpo, entradito en carnes, como el de mi tía, me dijo, del que llamaba la atención su ómbligo, desnudo y locuaz cuando le daba por reírse nerviosamente a la niña. en la estación sólo tuvimos que esperar media hora hasta la salida del directo hacia el coronil, donde vivía con su madre y el nuevo novio de su madre y los dos niños del nuevo novio de su madre, un cincuentón bien conservado, algo así como tú, me dijo. me abrazó con todas sus fuerzas y se fue corriendo ante el aviso del conductor. también pareció decirme adiós desde detrás de la ventanilla mientras el autobús se iba alejando del andén. al regresar a malasmañanas 3 no se me iba la imagen de la niña masticando chicle. me abrí una lata de cerveza de 50 céntimos. y la niña masticando chicle seguía abrazándome.

javier m.

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