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viernes, 25 de junio de 2010

bauhof strasse 59

el párroco de santa catalina era un tipo de barrio que hablaba en silencios y blasfemaba por duplicado (¡por dios!, ¡por dios!) cada vez que marcelo se pasaba con los tranquilizantes y se venía a la iglesia a caerse muerto de sueño. la metadona apenas le hacía efecto, ni siquiera los treinta años que pasó entrando y saliendo de la cárcel buscando argumentos para escapar de este mundo, también alguno que otro para marcharse con su padre, y ahora estaba ahí como el feligrés más devoto, rezando, con sus rodillas a punto de ceder al escuálido peso de su cuerpo, esperando la atención del señor cura, como le gustaba llamarle cuando conseguía algo de lucidez. don manuel vestía camisa y corbata, aunque con aire sindicalista, y su acento del norte era inerte y pulcro como su despacho. el ventilador de la esquina no hacía más que alborotar los folios de la toma de dichos cada vez que se orientaba hacia nosotros en su mecánico movimiento de negación. también nos despeinaba. pero entonces sólo teníamos que responder con naturalidad las reservas que objetaba la iglesia, en su papel de burócrata espiritual, sobre el currículum de los novios. cuando supo que tanto ellos como los testigos éramos periodistas don manuel relajó la conversación y los músculos de su rostro, aún pendientes, pensé, del pobre marcelo y su callejón sin salida, esperando fuera en uno de los bancos. la razón llegaba puntual a la parroquia cada mañana, gratis, contaba don marcelo, que siempre le pasaba las páginas de pasatiempos al monaguillo después de misa. él se quedaba ensimismado con las fotografías grandes del diario, pero también echaba de menos a los columnistas de antes, como pemán o lázaro carreter cuando escribía su tercera en abc vistiendo de limpio el lenguaje, en vías de barbarización, como aseguraba el catedrático en muchas ocasiones, o de canibalización, anotaba don manuel, que apenas entendía los deberes de los alumnos de catequesis. también le pesaban los formalismos, más aún cuando la realidad de ahí fuera tenía unos perfiles tan afilados. tanto papeleo para una boda, tantos pliegos, tantos formularios que descansarán en carpetas, dentro de cajas, en estanterías, quizás en sótanos que agarrarán humedad y polvo cuando los nombres de esos casilleros vacíos rellenados con boli azul por don manuel ya sean tan solo humedad y polvo. parecía una labor estéril y amarga. y mientras, ahora, marcelo dejándose morir. y don manuel teniendo que desear un mundo mejor. y nosotros buscándonos en esos casilleros vacíos para olvidar que algún día seremos humedad y polvo. también vida para otros.

javier m.

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