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domingo, 16 de mayo de 2010

liesen strasse 223

el 24 era el autobús más lento de toda la flota. no sólo porque su recorrido desconfiaba de los renglones excesivamente rectos hacia el centro de la ciudad, además los cacharros más viejos se jubilaban en esta línea, algo así como un cementerio de elefantes locomotores . a las 7.45 horas, por tanto, mientras alcanzaba un huequecito en el fondo junto a la puerta de salida, a compás de párkinson, siempre terminaba de hacer la digestión de un café y una tostada bien quemada con mantequilla. fue en ese preciso momento, al repasar si me había dejado algo encendido en casa, cuando una chica pelirroja, con aire de maureen o'hara, también pecosa, antes de bajarse en la parada de nervión, me dijo que le encantaba mi húmero. de repente dejé que mi cuchitril pudiera seguir ardiendo en mi cabeza para seguirla con la mirada mientras, palpando con la mano libre el cuerpo, adivinaba dónde diablos podría encontrarse el húmero. debía de ser estudiante de medicina, pensé, aunque no tenía por qué, volví a pensar al instante siguiente. de cualquier forma aquella noche dormí con un volumen de anatomía humana bajo la almohada y algunas palabrejas como olécranon, trocánter mayor o cresta ilíaca en la memoria por si volvía a tropezármela y me daba tiempo a desenfundar algún piropo huesudo. pero la rutina amanecía exacta cada mañana, el 24 seguía llegando impuntual, las tostadas quemándoseme, el fondo del autobús vacío de pecas. esperé un tiempo. un poco más de tiempo aún. y no conseguía olvidarla. era entrar por las escaleras, picar el bonobús y echar un vistazo fugaz hacia el tumulto que se apretujaba ojeroso y cabizbajo por el pasillo, cada cual en sus pensamientos, cada cual incapaz de contener tantos impulsos acumulados en forma de imágenes y palabras con recuerdos, voces, deseos y malditos pasos que no fuimos capaces de dar en el momento adecuado. todo junto y revuelto. todo junto y a la vez separado de la realidad, ahora que la realidad no vuelve como la imaginamos. así, con descuido, con descuido de pasajero, empecé a mirar por la ventanilla el reflejo de las luces que despertaban. y así, como esas manchas de colores que se forman cuando la velocidad confunde los objetos estáticos, fui perdiendo a la chica que se enamoró de mi húmero, a ritmo de 24, desde el fondo del autobús, parada a parada.


javier m.

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