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sábado, 8 de mayo de 2010

heinrich roller strasse 31

cuando li wu sacó el billete de cinco euros con el que pagaría una bolsa de manzanas, un tetra brick de leche y un paquete de pastillas avecrem, que era, esto último, lo que verdaderamente le llevó al dia de la esquina, reparó, decía, en el gesto taciturno y mecánico, también fugaz e indolente, sobre todo indolente, de raquel, la nueva cajera. desde que llegó de haikou con su hijo de cuatro años, el febrero pasado, no se había fijado en ninguna chica. el recuerdo le pesaba demasiado, wei chi le seguía susurrando canciones al oído cada noche y se resistía a olvidarla, aunque ella le hizo prometer, en la misma cama del hospital, que volvería a empezar de nuevo. aquella promesa, aquellos ojos de wei chi a punto de cerrarse para siempre, abrieron la puerta del compartimento c de un buque de carga, nauseabundo y paralítico, con rumbo a europa, la maleta decimonónica del abuelo agarrada con fuerza en una mano y con la otra la menuda del pequeño, abrazado a un diccionario de español-chino mandarín, chino mandarín-español, que compraron en el muelle, justo antes de embarcar, cuando descubrieron que en barcelona descansarían los esqueletos de unos contenedores apilados como un tetrix en el vientre del mercante. li wu le repetía a su hijo que gracias y por favor eran palabras mágicas que abrían muchas puertas en la vida, así que éstas fueron las primeras expresiones que memorizaron, a pesar de las erres. el resto de las lecciones las aprendieron sobre el terreno, cuando viajaron al sur, donde aguardaba un trabajo en el almacén de un familiar de un familiar de un tío lejano, aquí en sevilla, en el mismo barrio de rochelambert, cerca del dia de la esquina, donde está raquel devolviéndole la vuelta de cinco euros. li wu la mira, sonríe, le pide al pequeño li, ahora joseli en la guardería, que meta las cosas en la bolsa, y corrige su cortesía automática para despedirse con un adiós, guapa, sin erres de por medio y recordando los misiles linguísticos desde la ventana de miguel, el vecino del bajo izquierda que le enseña a cocinar lentejas con chorizo, también un poco de idiosincrasia personal, ahora que está jubilado y josefina se fue, como wei chi. suya fue la idea de llamar joseli al niño, también la de llevarlo a ver la cofradía del cerro del águila en semana santa, para que se fuera adaptando a los ídolos locales. li wu pidió el día libre para acompañarlos y llenó de preguntas la cabeza de miguel. también de recuerdos cada vez que un nazareno dejaba un caramelo en las manos de un niño.


javier m.

1 comentario:

aina libe dijo...

Una historia preciosa y contada con una extensa precisión, concisa hacia lo subjetivo, Javi, como siempre. Un abrazo. Felipe.