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lunes, 28 de diciembre de 2009
wartenburg strasse 51
el coche ardía con desgana y apenas levantaba una nubecilla de humo con sabor a seat 127. los cadáveres del desguace cumplían con esta impertinencia a rajatabla, menos los ford, que desprendían una humareda con tintes atómicos cuando empezaban a arder. quique decía que era por la tapicería, aunque yo siempre le veía derramar un poco de gasolina cuando me mandaba por el mechero y algún periódico de los que guardábamos en la caseta. odiaba a los ford, su padre tenía uno, uno de esos automáticos. perdió un brazo mientras trabajaba en el puerto y entonces su humor se volvió de perros, también su mala leche. por eso quique lo odiaba, aunque nunca lo decía, sólo decía que odiaba a los ford cuando aparecía con algún moratón de más por la chatarrería de olufssen. era un sueco borrachín que nos dejaba cuidarle el negocio por las tardes a cambio de unas monedas, algunas latas de cerveza y algunos sacrificios automovilísticos cuando ya se quedaban caninos y olufssen no podía sacar más piezas de sus corazones mecánicos. nos sentábamos sobre un capó y veíamos cómo la atmósfera se teñía de hollín, esperando, como indios, ver señales a las preguntas que lanzábamos. "¿le gusto a cristina, me dirá que sí si le pido salir?". si el humo se escapa enseguida con una ráfaga de viento indolente la respuesta era no, si por el contrario seguía danzando en el aire sin inmutarse, era sí. así podíamos seguir horas, hasta que se acababa la cerveza o hasta que olufssen nos echaba si se había despertado con una mala resaca de vodka, absolut vodka. el resto del tiempo podíamos estar vagabundeando por las calles del desguace buscando algo de valor o jugando a conducir un modelo diferente cada día. aunque también invitamos un día a cristina para impresionarla. tenía una cicatriz en el rostro, como todas las chicas que le habían gustado a quique. era una fijación extraña, como el encanto que guardaban para él los juguetes rotos y usados. decía que los desperfectos resaltaban la belleza de cualquier cosa, también de cualquier persona. la cicatriz de cristina era casi circular, bajo el pómulo izquierdo, y aún quedaban huellas de la costura, pequeñas líneas como pestañas que te dirigían hacia sus ojos verdes. yo también estaba enamorado de ella, pero no se lo decía a quique. cuando vino hicimos arder un talbot, de esos que ya no se ven por la ciudad, y nos quedamos hasta la noche contando todos los viajes que haríamos por carretera. entonce pensé, sin darme cuenta, que siempre estaría lejos de casa.
javier m.
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1 comentario:
Ferfecto diría quique
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